Hay tanto que analizar sobre la actuación de la
delegación venezolana en Río 2016 que es difícil escoger un tópico para
especificar. Trataré de hacer algunas consideraciones que espero no resulten
aburridas para ustedes, quienes muy cortésmente se toman un tiempo para leer
estas líneas.
De entrada debo decir que estoy plenamente de
acuerdo cuando se denomina a nuestro contingente deportivo como
“Generación de oro”. Esta afirmación no
la hago por plegarme a quienes utilizan el término como un eufemismo que sólo
esconde su terrible desconocimiento sobre las formas en las que el deporte
federado debe ser conducido, ni para mantener un cargo del cual pudiese ser
incapaz cumplir eficientemente (y créanme, en esas altas esferas del deporte
federado nacional hay contada cantidad de personas incompetentes en puestos
claves a quienes sólo les interesa ponerse la indumentaria, aparecer en las
cámaras con un discurso despreciable y adular por redes sociales); la hago
porque cuando analizo las inconsistencias con las que se entrenan nuestros
atletas de alto nivel para llegar a un campeonato mundial o una olimpiada, no
tengo duda en afirmar que son una Generación de Oro. Sobre este tema podré
profundizar en un próximo artículo, porque ¡Vaya que hay cosas que decir sobre
la preparación para Río 2016!
El término “Generación de Oro” fue empleado con
mayor insistencia públicamente por ahí por el año 2003. En ese momento, el presidente
Hugo Chávez utilizó ese calificativo para resaltar la actuación de la delegación
vinotinto en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo (64 medallas: 16 de oro,
21 de plata, 27 de bronce, ¡sexta posición en el medallero!), performance que,
con mucha nostalgia recuerdo, le
permitió a los nuestros superar a países como Argentina y Colombia. Tras la
brillante actuación, Chávez se comprometió a desarrollar las bases para
aprovechar el envión de Santo Domingo para los olímpicos de Atenas 2004 y para
cimentar los pilares de un sistema que contribuyese a que en Beijing 2008 y en
2012 (Juegos que se desconocía que se realizarían en Londres) Venezuela contase
con una estructura que le permitiera aspirar a alcanzar medallas en
competencias internacionales; el plan era convertirnos en una “potencia
deportiva”. “La proyección es para que alcancemos resultados en los próximos 3
ciclos olímpicos” dirían repetitivamente los ministros de deporte que se
apegaron a la idea futurista.
Lamentablemente para nuestro deporte, esa
aspiración de Chávez y la de los atletas que sintieron que finalmente un
Presidente de la República se preocupaba por ellos no se cumplió. En las
siguientes dos olimpiadas Venezuela decayó en su cosecha de medallas (2 de
bronce en Atenas, 1 de Bronce en Pekín y 1 de oro en Londrés) y pasó a estar
detrás de Argentina, a quien habíamos alcanzado y por momentos superado, y
especialmente Colombia, quien siempre estuvo detrás nuestro. La actuación va
más allá de la fría medida de la obtención de medallas; mucho valor cualitativo
se vio reflejado en los siguientes ciclos olímpicos.
Hago este recuento para no pecar en aquello de
“la falta de memoria” de aquellos que analizan la actuación de Venezuela en una
competencia del ciclo olímpico y además para poder contextualizar mi
argumentación en las siguientes líneas.
¿Cantidad igual a calidad?
Venezuela asistió a Río 2016 con 86 atletas, la
segunda delegación más numerosa de su historia, sólo superada por la de Beijing
en 2008 cuando acudió con 109 competidores. Al darse la ceremonia inaugural en
el Maracaná, escribí en mi cuenta de instagram que en mi opinión debíamos ser
cautelosos para entender el rendimiento de nuestra representación, sin
embelesarse con maniqueos por el número 86 (cosa que con repugnancia muchos
hicieron por un vil interés político jugando una vez más con las ilusiones de
la gente) ni tampoco entrar en descalificativos ni pesimismos malsanos que
perseguían la simple intención de descalificar al gobierno nacional y mucho
peor, a algunos de nuestros deportistas. La pregunta, a mi modo de ver las
cosas, era ¿para qué fuimos a Río Janeiro? ¿para competir y ganar medallas?,
¿para sumar experiencia y bagaje para los próximos Juegos de Tokio?, ¿para buscar Diplomas Olímpicos?, o
¿simplemente por ir y decir que llevamos 86 atletas?
Si lo que se buscó es sumar roce internacional,
creo que debemos estar optimistas. Con su tremenda actuación en la final del
Salto Triple, lo que le valió la medalla de plata, Yulimar Rojas encabeza un
grupo de promisorio futuro con nombres como Carlos Claverie, Robeilys Peinado (quien
se vio perjudicada por esa bendita lesión), Víctor Rodríguez, etc. Ellos nos
pueden hacer sentir esperanzados para empezar a cosechar preseas. Son atletas
muy jóvenes que has destacado a su nivel en sus respectivas competencias
juveniles. Son campeones y subcampeones mundiales juveniles, lo que demuestra
que tienen las condiciones para estar en la élite del deporte mundial.
Dependiendo del trabajo que se realice con ellos, podemos contar con
actuaciones muy buenas en los próximos dos ciclos olímpicos.
Ahora bien, si la meta era obtener medallas es
momento de topar con la misma piedra que parece una maldición eterna en el
deporte nacional: la falta de trabajo planificado y bien dirigido durante el
ciclo olímpico. El desarrollo de esta idea lo realizaré en un siguiente
análisis, pero por ahora me limitaré a decir que cuando se cambian 4 Ministros
de Deporte durante los 4 años del ciclo olímpico, no se pueden esperar los
mejores resultados, especialmente cuando varios de estos ministros entraron en
discordancias públicas con el Comité Olímpico Venezolano. En este sentido,
aparto por un momento la emocionante plateada obtenida por Yulimar Rojas en el
Salto Triple con ese 14.98, no por aminorarla, sino porque requiere un análisis
aparte por su grandeza, significación y su carácter extraordinario!
¿Medalla o Diploma?
Existen quienes muy respetablemente piensan que a
las olimpiadas se va a ganar medallas, no diplomas; las medallas se recuerdan
en la historia, los diplomas no. En lo personal nunca he estado de acuerdo con
esa afirmación. Para un atleta, ganar un Diploma Olímpico puede ser muy valioso,
en especial si sabe que está en inferioridad en relación a aquellos verdaderos
“asesinos” en su deporte; si no me creen, vean la reacción de Jéssica López
luego de su magnífica actuación en las barras asímetricas en la final del All
Around de la Gimnasia Artística, lo que le llevó a ubicarse en el séptimo
lugar del mundo y por lo tanto, obtener su segundo Diploma. López sabía que no estaba al nivel de las dos
norteamericanas y la rusa que se llevaron las preseas, pero su satisfacción era
más que evidente.
Recuerdo que al hablar con Albert Bravo tras la
obtención de su Diploma por llegar a la semifinal de los 400 metros planos en
Londres me comentaba “significa mucho para mí, especialmente porque era mi
primera actuación en olimpiadas; el diploma me indica que debo seguir
trabajando, es un estímulo, y aunque uno busca la medalla, tener ese diploma es
realmente especial”. Era la primera actuación de Bravo en Olimpiadas, y decir
que su Diploma no vale nada porque no es una medalla, me parece injusto con el
esfuerzo que el atleta realiza.
Caso contrario ocurre con equipos como el
esgrima. ¡Oh la esgrima...! Disciplina que se convirtió en la vedette de
nuestro deporte luego de la medalla de oro de Rubén Limardo en Londrés 2012.
Pecaría yo un poco en la superficialidad al valorar como “buena o mala” la
actuación los Limardo, Fernández, Benítez y compañía, pero más allá de eso
pienso que con la esgrima se aplica aquello
de “lo que pudo ser y no fue”. De este deporte siempre esperamos más y siempre
terminamos desilusionados, no sólo en Río, sino en Atenas, Beijing y Londres.
Para la cita de “la cuna del olimpo” y
especialmente en “la ciudad prohibida”, Silvio Fernández llegaba como No. 1 del
mundo. En la primera llegó a cuartos de final y en la segunda (cuando contaba
con una racha de casi 20 combates ganados de manera consecutiva) cayó en
primera ronda; Alejandra Benitez, venía de ser campeona panamericana y lo máximo
que alcanzó fue un Diploma Olímpico en tierra asiática. Rubén Limardo era
relegado a un segundo plano y pocos hablaban suyo con insistencia, algo
parecido a lo que ocurre hoy en día con su hermano Francisco.
De las competencias por equipos ni hablar; en Río
el masculino alcanzó el Diploma, pero al igual que en las tres competencias
previas, esta generación de esgrimistas en su máximo potencial nunca consiguió
lo que se esperaba de ellos. Para ellos, un Diploma Olímpico, créanlo, no tiene
nada de consolación.
Podremos seguir tocando otras disciplinas, pero
por ahora y para culminar este escrito me puntualizo en el hecho de que
mientras no tengamos claras nuestras
intenciones al acudir a una cita del ciclo olímpico (Bolivarianos,
Suramericanos, Centroamericanos, Panamericanos, Mundiales y Juegos Olímpicos)
los eufemismos como “generación de oro”
va a tener un efecto boomerang en nuestro país. No basta con que el Ministro de
Deporte ni el Presidente del COV no asomen una proyección en cantidad de
medallas (dados nuestros procesos sería una quimera anunciar un número); se
podrán ocultar todas las realidades, hasta cierto punto uno lo entiende: no
quieres anunciar públicamente unas espectativas que no estás seguro de cumplir,
total, el prestigio público cuenta.
En lo personal lo que me deja con cierta molestia
es que hasta esta fecha y cuando se ha desarrollado el 60% de los juegos
olímpicos la ya golpeada autoestima del venezolano sufre un nuevo desaire al
ver que nuestra “generación de oro” no
sólo no ha alcanzado una medalla en Río 2016, sino que salvo algunas
excepciones, nuestras principales esperanzas (o al menos los más promocionados)
no estuvieron ni cerca de estar en una final o de siquiera aspirar a alcanzar
una.
Creo que la ilusión sería más creíble si le
dijéramos a la gente que hay atletas que van a este tipo de competencias a
sumar experiencia, buscando nutrir su proceso de crecimiento proyectándose para
otros ciclos; pero también debemos enfatizar cuando hayan esperanzas para
llegar lejos (Limardo, Maestre, Hernández, etc.) sin temor a que si fallan
ellos, se evidenciaría un efecto dominó. En el deporte la derrota es válida,
nadie dice que Novak Djokovic fue un desastre por haber perdido en primera
ronda del tenis con el argentino Del Potro. Cuando entendamos que el deporte es
un medio y que podemos hacer mucho con él dejando a un lado los miedos por la
manipulación política, veremos mejores resultados y una mejor valoración de la
gente allá afuera.
Hasta el momento hemos logrado 5 Diplomas
Olímpicos y escucho con preocupación endulzada por la empatía del caso, cómo
ciertos colegas por televisión nacional anuncian por todo lo alto la obtención
de cada uno de ellos. Recuerdo las palabras de Alberth Bravo y la reacción de
Jessica López y créanme que celebro por nuestros deportistas, de verdad lo
merecen… pero como periodista y a los colegas que suben los decibelios
anunciando un Diploma Olímpico no puedo evitar preguntarles ¿nos conformamos
con eso? ¿Vamos a los Juegos Olímpicos a obtener Diplomas? ¿Llegará el momento
en el que le hablemos a la ciudadanía con una postura más equilibrada y menos
proselitista? Dudas que le surgen a uno…
Angel T. Bracho C.
En colaboración para VE Los Espectadores
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